
Cada 26 de mayo, el Complejo Monumental a los Héroes del Campo de la Alianza se convierte en el epicentro de la memoria y el homenaje en Tacna. Si bien su imponente presencia visual y los actos oficiales que allí se celebran son reconocidos, pocos conocen la profunda carga simbólica y conceptual que sustentó cada línea, cada bloque y cada escultura de este conjunto arquitectónico. Detrás de su diseño se erige la figura del arquitecto tacneño Julio Enrique Vargas Giles, un descendiente directo de dos héroes que combatieron en el propio campo de batalla y en el Morro de Arica. Su participación en esta obra trascendió cualquier contrato o beneficio económico, siendo un acto de memoria y lealtad a la historia de su tierra.
Un compromiso que trasciende lo profesional
Julio Enrique Vargas Giles asumió el desafío de plasmar el marco conceptual planteado por Suárez Berenguela y el impulso del general Cornejo Villanueva en una propuesta arquitectónica coherente y poderosa. Su motivación fue un profundo sentido del deber. Como tacneño de nacimiento, y con una carga histórica familiar que lo vinculaba directamente a quienes combatieron en el Campo de la Alianza, Vargas Giles comprendió que la obra debía ser mucho más que piedra y concreto. Debía ser un acto de justicia simbólica y pedagógica, un "altar laico" que reconociera el sacrificio colectivo de su pueblo.
Tras resultar ganador del concurso para el diseño del monumento, Vargas Giles desarrolló un conjunto arquitectónico de "lectura secuencial". Los bloques de concreto están dispuestos para simbolizar el frente de batalla que formaron las tropas aliadas en defensa de Tacna. El recorrido, ascendente, lleva al visitante desde la desolación —representada por un espacio de piedras caóticamente derrumbadas— hacia la victoria espiritual del retorno a la Patria.
Cada elemento del complejo representa un segmento de la historia: la catástrofe de la derrota, la brutalidad del enemigo, las primeras luchas de la independencia, la mujer tacneña como símbolo de resistencia y herencia moral, el honor de los combatientes peruanos y bolivianos, la inmolación de mártires anónimos, la peruanidad inquebrantable de los pueblos de Tacna y Arica, y el triunfante retorno de Tacna tras casi cincuenta años de cautiverio. En lo más alto, la "amada Patria" acoge a Tacna y señala hacia el sur, hacia la hermana Arica, marcando el dolor de su pérdida y advirtiendo que aún hay temas pendientes en la historia.
El monumento no es estático, sino "profundamente dialéctico": comienza en el caos y la desolación, transita por la recomposición de fuerzas y la resistencia, se eleva hacia figuras que encarnan valores y sacrificios, y culmina con un gesto simbólico que apunta hacia lo ausente e irrenunciable. El obelisco inclinado que mira hacia Arica no canta victoria ni claudicación, sino que recuerda lo perdido, afirma lo recuperado y convoca a mantener viva la memoria.
La propuesta de Vargas Giles fue una obra impregnada de sentido histórico, donde confluyen la concepción dialéctica de Suárez Berenguela, el impulso institucional de Cornejo Villanueva, la creatividad del ingeniero constructor Jorge Espinoza Cáceres, y el "silencioso testimonio de generaciones de tacneños que lucharon, resistieron y esperaron". Sus formas y vacíos, sus líneas diagonales y su estructura de concreto crudo, invitan a la reflexión y al desafío.

Defensa de su integridad ante intervenciones que desvirtúan su espíritu
Lamentablemente, a lo largo de los años, el complejo ha sufrido intervenciones que no han respetado su espíritu original. Desde la instalación de elementos ajenos a su concepción hasta la omisión de su valor como unidad simbólica y el uso "inadecuado e insultante" en actividades impregnadas de banalidad y ajenas a lo histórico. Estas alteraciones, lejos de engrandecerlo, lo han desvirtuado, aunque han surgido respuestas impregnadas de patriotismo y simbolismo que se han impuesto.
Por ello, resulta fundamental reivindicar el papel del arquitecto Vargas Giles como artífice de una de las pocas obras monumentales en el Perú que parte de una lectura crítica y procesual de la historia. Su gesto —profesional, ético y patriótico— merece ser reconocido no solo por la monumentalidad de la obra, sino por la integridad de su intención.











